Introducción
En los primeros años del siglo XXI hemos asistido y comprobado la sucesión vertiginosa de fenómenos significativos y diversos que son resultado y, en ocasiones, respuesta al modelo de crecimiento productivista y neoliberal desarrollado en el último cuarto del siglo XX. Ello se evidencia, en un primer momento, por las movilizaciones de resistencia global que consiguen frustrar el encuentro de la denominada Ronda del Milenio de la OMC en noviembre de 1999 en Seattle, y el ciclo de protestas que le siguen en los años siguientes y que abarcan diferentes tópicos y constituciones ciudadanas.
Y es que nos enfrentamos, en nuestras actuales sociedades, a una creciente complejidad, y no sólo por las múltiples dimensiones que intervienen en su conformación, sino también por las paradojas que se producen en ellas, tales como la simultaneidad que se establece entre la unidad y la diversidad, la dualidad y la segmentación, la singularidad y la pluralidad, el sujeto y la humanidad, lo viejo y lo nuevo, lo local y lo global, la riqueza y la pobreza, la inclusión y la exclusión, el uso de la violencia y la ética, a este modelo de dominación binario y excluyente que impide que otras miradas, que unas otras formas de conocimiento emerjan. Es preciso pensar que se nos están revelando, más allá de la imposición de pensamiento único, nuevos contextos y, aparejados a ellos, la elaboración de nuevos marcos interpretativos que se intuyen en múltiples síntesis, que se dejan ver en la búsqueda de nuevos equilibrios y de nuevas alianzas: nuevas ciudadanías, lucha por la dignidad, unas “otras epistemologías” y nuevas éticas.
El protagonismo de los movimientos sociales emergentes en la conformación de estos nuevos marcos interpretativos, vivenciales, liberadores son innegables, no podríamos considerar la consciencia ambiental actual sin el movimiento ecologista o los avances alcanzados en la igualdad de géneros sin el movimiento feminista o la reivindicación de nuevas formas de vida sin los pueblos originarios. La historia después de la revolución industrial estuvo ampliamente influenciada, entre otras cosas, por los movimientos sociales denominados históricos, fundamentalmente por el movimiento obrero, pero en el escenario actual en donde son crecientes nuevas oportunidades vinculadas a la interconectividad y a la interactividad, a la búsqueda de unas “otras” miradas, de reconocer la pluriversalidad de nuestros mundos, de reconocerse en otros en función de defender la dignidad, los nuevos movimientos sociales han jugado un rol importante dada su versátil capacidad de conformación y movimiento entre paradojas y contradicciones.
Los nuevos y emergentes movimientos sociales, en sus búsquedas, se presentan así como nexos de asociación o quiebre, como motivadores y a la vez interpretadores de las síntesis ciudadanas que se producen, que intuyen, que se construyen, entre las multiplicidad de experiencias y conocimientos, entre la diversidad y la similitud, a veces, paradójicas, propias de nuestro convivir. Sin embargo, la idiosincrasia de las síntesis, de los nuevos equilibrios/desequilibrios que se sienten, piensan, que se luchan, que se proponen, que se co-construyen manifiestan la complejidad en un entramado heterogéneo de dimensiones que, muchas veces, se traban entre sí, se oponen o confluyen en la conformación de nuevas identidades o en el rescate de identidades invisibilizadas.
A pesar del cuestionamiento de muchas/os por utilizar el concepto Nuevos y emergentes Movimientos Sociales, creemos necesario rescatarlo, en tanto que se mantiene una idea de proyecto histórico transgresor al orden que adquieren los derechos sociales en la sociedad capitalista, ya que precisamente, en nuestros días, en América Latina, comunidades, sectores o grupos de personas se organizan en torno de búsquedas, reivindicaciones o demandas que poseen, a lo menos, tres características centrales; diferencia de contenidos, amplitud de objetivos, reposicionamiento de discursos “otros”. Se trata de grandes movilizaciones en contra de los efectos de las políticas neoliberales, violación de derechos humanos, reivindicación de derechos y autonomía de pueblos indígenas u originarios, movimientos pro vivienda y asentamientos, movimientos de derechos de las mujeres, coaliciones locales para la preservación del medioambiente y la defensa de tradiciones regionales, organismos políticos articulados en torno a cuestiones de género o sexualidad, movimientos ensamblados alrededor de la música, el arte y otras expresiones de la cultura popular, grupos autogestionarios de desocupados o pobres y heterogéneas organizaciones que han surgido con fuerza desde el inicio de los años ochenta.
Esta respuesta a este modelo de desequilibrio global ha implicado establecer nuevas formas de lucha, nuevas formas de organización, nuevas reivindicaciones, y es precisamente desde el Sur donde se levanta “unos/unas otros/otras” modelos de desarrollo, centrado no sólo en las necesidades humanas, las libertades reales, la equidad, los derechos humanos plenos o la sostenibilidad ambiental (Carvalho, 2002) sino que también en nuevas propuestas como la recuperación de la Vida Digna1, el Vivir Bien, economías basadas en el intercambio y no en la acumulación, la descolonización cultural y epistémica, por nombrar algunas. Es decir, se está pensando un mundo pluriverso, incluyente, que también implica la lucha por las necesidades humanas pero que las trascienden.
Y ello es posible porque los nuevos movimientos sociales poseen un contexto de proximidad, de contacto directo, de confianza, de identidad, de subalternidad, de otros conocimientos, donde las personas pueden entrar en estrategias de construcción conjunta de semejanzas que les permita generar y acceder a estructuras comunes de acción política. En este espacio se encuentran organizaciones de orden gubernamental (gobiernos locales) y de orden societario (organizaciones y movimientos sociales). Ambos tipos de estructuras, por su posición de proximidad e identidad permiten la confluencia de realidades diversas pero con objetivos comunes y es a través de éstas estructuras donde se puede acceder a las reales formas de participación políticas y, por tanto, a adquirir la condición de comunidad que ejerce su rol de recuperación de la dignidad. Estas estructuras se encuentran en mejor disposición para incorporar a las personas o comunidades a procesos de comunicación y de deliberación participativa desde la base y, en consecuencia, están en mejor disposición para luchar y desarrollar destrezas necesarias para desenvolverse en la esfera de la política.
Se trata, en definitiva, de un proceso recurrente dónde la comunicación, el conocimiento y la reflexividad sobre la acción permiten la adquisición de la (co)responsabilidad social, de una coconstrucción y llevan a la emergencia de la nueva conciencia necesaria para desarrollar las nuevas dimensiones comunitarias o populares. De tal modo, que la incorporación de las personas a un espacio identitario- territorial - político (como un continuo de esferas de soberanía y diversidad cultural complementarias y potencialmente articuladas) solo puede optimizarse a través de las redes y movimientos sociales de arraigo pluriversal y de estructuras más descentralizadas y horizontales, aunque precisan de procedimientos orientados a la articulación entre sí y la conexión con otras estructuras descentralizadas y horizontales.
En consecuencia, la emergencia de estos nuevos derechos de las personas vienen asociados al surgimiento de renovados colectivos (nuevos movimientos sociales y comunidades) que ponen de relieve nuevas subjetividades en la conquista de derechos que explora nuevas dimensiones de la misma. Por tanto, la variedad en la composición, los objetivos, las formas de organización, los niveles de institucionalización y las conexiones con formas de asociación más clásicas presentan un primer interrogante para el análisis de estos movimientos.
Los nuevos movimientos sociales (NMS) en Latinoamérica están exhibiendo procesos de búsqueda de igualdad y diferencia social, étnica, epistémica, sexual y de género, en contextos construidos por formas de dominación múltiple que caracterizan las dinámicas del capitalismo global contemporáneo. Dentro de este marco en este escrito se busca recuperar los principales debates teórico-conceptuales en torno al tema así como proponer que los sentidos, acciones y formas de protesta social del presente histórico despliegan diversas configuraciones epistémicas, o dicho de otra manera, variadas praxis cotidianas que forjan unas otras formas de política liberalizadora vehiculizada por los NMS.
Contexto de Configuración de los Nuevos Movimientos Sociales
A finales de los ochenta del siglo pasado, la peculiaridad Latinoamericana radicó en que nuevas formas de acción colectiva coincidieron con el cierre de los canales institucionales de expresión de las demandas sociales. Lo anterior acontecido por las dictaduras militares, especialmente en el Cono-Sur (Argentina, Chile, Brasil y Uruguay), que negaban a los partidos políticos sus funciones de mediadores de intereses sociales. Estos regímenes desplegaron la represión política afectando a sindicatos y otras organizaciones populares, esta situación social se profundizó por la indiferencia de las instituciones públicas frente a las demandas de la población. Desde otra perspectiva, estas acciones colectivas se asocian a las luchas contra los procesos de segmentación y marginación social generados por la crisis económica de la década de los ochenta y por los cambios suscitados por la modernización a escala nacional, regional e internacional que se inició en la misma década, pero que se intensificó a principios de los noventa.
En este sentido, Escobar, Álvarez y Dagnino (2000), destacan que los niveles de pobreza, violencia, discriminación y exclusión que se están alcanzando en Latinoamérica no tienen precedentes y que parecen indicar, más que crisis de partidos, un cuestionamiento social al diseño y desempeño de las ‘nuevas’ democracias en estas sociedades.
Según el estudio “Panorama social de América Latina 2015” de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Cepal, en el 2015 el 29,2% de la población de América Latina y el Caribe se encontraba en situación de pobreza (175 millones de personas) y la indigencia y extrema pobreza alcanzan al 12, 4% (75 millones de personas). Pese a las mínimas variaciones observadas en términos de tasas, las nuevas estimaciones permiten establecer que la pobreza extrema ha alcanzado valores similares a los de 2011, lo que representa un retroceso respecto de los logros alcanzados en años precedentes. Esta situación no es nueva, pues los datos presentados en ediciones anteriores del Panorama Social revelaban tendencias similares. En efecto, las estimaciones regionales muestran que la tendencia a la baja de las tasas de pobreza y pobreza extrema se ha desacelerado e incluso revertido en los primeros años de la presente década, hecho que, asociado al crecimiento demográfico, deja como saldo un mayor número de personas en situación de pobreza extrema en 2015.
Estas condiciones de pobreza, desigualdad, exclusión y marginación han y siguen generando, como sostiene Adrián Scribano (2008), situaciones de conflicto que configuran y estructuran a muchos de los movimientos sociales en la actualidad en Latinoamérica y que tienen que ver con tres aspectos: la existencia de millones de cuerpos ‘superfluos’ para el sistema de explotación capitalista en condiciones muy distintas de las que tal sistema ha tratado la población sobrante; la fragmentación identitaria y la disolución de los colectivos de asociados, como resultado de los planes neoliberales de ajuste estructural y, la instalación de la lógica de la impunidad como parte del sentido común, los efectos de los mecanismos de soportabilidad social y los dispositivos de la regulación de las sensaciones. En este marco las movilizaciones ciudadanas vuelven a tomar fuerza pero, a diferencia de los movimientos anteriores a los 90, con rasgos diferenciadores importantes tanto en su configuración como materialización.
La novedad de estos emergentes MS reside en que constituyen una crítica de la regulación social capitalista pues identifican nuevas formas de opresión que sobrepasan las relaciones de producción, y ni siquiera son específicas de ellas, como son la guerra, la polución, el machismo, el racismo o el productivismo; y al abogar por un nuevo paradigma social, menos basado en la riqueza y en el bienestar material del que, en la cultura y en la calidad de vida, denuncian los NMS, con una radicalidad sin precedentes, los excesos de regulación de la modernidad. Tales excesos alcanzan no sólo el modo como se trabaja y produce, sino también el modo como se descansa y vive; la pobreza y las asimetrías de las relaciones sociales son la otra fase de la alienación y del desequilibrio interior de los/las individuos/ as; y finalmente, esas formas de opresión no alcanzan específicamente a una clase social y sí a grupos sociales transclasistas o incluso a la sociedad en su todo.
En esta realidad, los nuevos movimientos sociales están cuestionando los parámetros de idea tradicional de democracia2, participación, nuevas formas de vida o las fronteras de lo que ha de definirse como nuevo escenario político: sus participantes, sus instituciones, sus procesos, sus programas y sus alcances, en otras palabras, están desafiando o dibujando nuevas fronteras de lo político, al reconocer un vínculo constitutivo entre cultura y política (Escobar, et al., 2001). Teniendo en cuenta lo expresado habría que dudar que una teoría unitaria pueda explicar la diversidad de los nuevos movimientos sociales (Santos, 2001). Más aún si se trata de dar cuenta de la compleja densidad de los procesos y prácticas sociales que proponen los/las sujetos/as colectivos en estos tipos de movimientos en América Latina.
Existen diversos elementos comunes que presentan estos emergentes MS, primero, constituyen identifican nuevas formas de opresión que sobrepasan las relaciones de producción, y ni siquiera son específicas de ellas, como son la guerra, la polución, el machismo, el racismo o el productivismo y abogan por un nuevo paradigma social, basado en la cultura y en la calidad de vida y menos en la riqueza y bienestar material (Santos, 2001). Segundo, la coincidencia no está tanto en sus tipos de reivindicaciones, su base social, su ideología, sino más bien en su ‘impureza’, es decir, las reivindicaciones son pluriversas, localizadas, generales y de fracciones de clase, lo que impide el desarrollo de un movimiento social con mayor proyección temporal.
Una de las características propias de América Latina es que no hay movimientos sociales puros o claramente definidos, dada la multidimensionalidad, no solamente de las relaciones sociales sino también de los propios sentidos de la acción colectiva. “Por ejemplo, es probable que un movimiento de orientación clasista esté acompañado de juicios étnicos y sexuales, que lo diferencian y lo asimilan a otros movimientos de orientación culturalista con contenidos clasistas” (Santos, 2001: 181).
Tercero, intentan llevar adelante una renovación de las viejas fuerzas liberadoras a partir de la construcción de confluencias en las reivindicaciones y un gran esfuerzo por modificar los cuerpos teóricos pues no están dando suficiente cuenta de las problemáticas sociales contemporáneas, aunque esta renovación no han logrado solidificarse en el imaginario de los sectores más pobres. La inmensa presión y creciente rechazo a los paquetes de medidas de receta neoliberal fue sin lugar a dudas uno de los componentes que explican la coyuntura actual. Y sin embargo, “los movimientos sociales no lograron consolidar esa capacidad de movilización para protagonizar el proceso de cambios políticos […]” (Masetti, 2010:90). Cuarto, los emergentes MS no han sido totalmente capaces de generar alternativas de otras sociedades, más bien se desenvuelven en el marco institucional, salvo algunas experiencias de poder alternativo o paralelo, lo que implica soluciones dentro de ese marco. Además, su carácter coyuntural conlleva su opacidad y pérdida de ascendencia ante la opinión pública, ello dentro de una nueva oleada de fuerte reconstrucción de la capacidad de representación y visibilidad de los sectores más conservadores. Por lo mismo, y como sostiene Svampa.
La apuesta -a la vez teórica y epistemológica- consiste en no dejarnos tentar ni por el determinismo de las estructuras ni por la pura celebración de la acción colectiva contestataria, sino más bien en tratar de desarrollar un abordaje que se instale en el vaivén entre la estructura y la acción. Para ello resulta necesario insertar nuestros razonamientos en un paradigma comprensivo (Svampa, 2008:24).
Quinto, los emergentes MS han desarrollado tácticas diversas en función de sus objetivos, han utilizado diversas plataformas para transmitir sus mensajes, han desarrollado múltiples formas de participación e inclusión y han intentado construir democracia de base para co-construir incipientes espacios de poder popular en perspectiva de la consolidación de la justicia social “En cuanto tal, dicho uso se fundaba en la voluntad de “hacer justicia”, de reducir la arbitrariedad percibida de las categorías y procedimientos reglados”. (Perelmiter, 2015:96). Sexto, han logrado resquebrajar la monolítica forma de conocimiento, de aprendizaje y de poder. Han abierto nuevas formas de conocimiento, recuperando la memoria histórica y sus prácticas, algunas renovándolas, de pueblos originarios3, han comprendido e implementado diversas praxis en la medida de su heterogeneidad y han reflexionado en la construcción del poder, no en la toma del actual poder pues éste debe ser desmontado y co-construir poder desde las bases o comunidades conscientes que este poder no puede ser único, homogéneo y universal.
Precisamente esta mirada consiste en ver lo que no existe todavía, pero está en la posibilidad de emergencia con extensión simbólica del movimiento social o ciudadano “con la necesidad de cuestionar aquellos conceptos que nos hablan de un tiempo que no es nuestro y no logran interpretar con acierto la realidad”. (Baez, 2013:11).
Séptimo, los emergentes MS latinoamericanos poseen un fuerte componente multicultural, lo que produce dos realidades complejas pero no contradictorias. Por una parte, la diversidad cultural implica demandas de diferente índole, profundidad, localización y sentidos (por ejemplo, pueblos originarios y trabajadores mineros). Pero por otro, ha generado una puesta en común de dichas demandas focalizándolas más en las coincidencias que en las diferencias; dignidad, reconocimiento, defensa (ante diferentes atropellos), justicia, entre otras.
Estos elementos no son por nada los únicos existentes pero si nos dan razones para pensar que se está estructurando un tránsito epistemológico entre los movimientos sociales históricos y los emergentes.
Nuevos Movimientos Sociales Latinoamericanos, Nuevas Epistemologías, Nuevas Luchas
Latinoamérica posee dos elementos diferenciadores con respecto al resto del mundo, es una construcción social colonializada producto de la invasión española que provocó nuevos fenómenos sociales y los experimentos del capitalismo neoliberal fueron implementados de manera casi exitosa y por la fuerza.
La “idea” de América Latina fue impuesta a sangre y fuego despojando a sus habitantes de su historia, cultura e identidad, por lo mismo, la ‘idea’ de América Latina sale a luz en el proceso de transformación del ethos barroco criollo colonial en ethos criollo poscolonial” (Mignolo, 2007:88).
Lo que implicó la negación del propio legado crítico e identitario de los criollos. Por ello, convertirse en latinoamericanos permitía reafirmar su inclusión dentro del proyecto de la civilización europea y eliminar simbólicamente la presencia de las culturas indígenas y afroamericanas consideradas bárbaras, en otras palabras, borrar todo vestigio de memoria histórica e identidad. Estas elites criollas asumieron la metáfora del mestizaje para definirse, pero asignando al elemento europeo la posición predominante.
Por otra parte, el experimento neoliberal llevado a cabo en América Latina bajo las dictaduras militares entregó frutos insospechados como la desvinculación del Estado de su rol social y cohesionador, la primacía del sector empresarial como eje del desarrollo, una pérdida de los derechos de los trabajadores, una precarización del empleo y la relevancia del mercado y el consumo como valores humanos. Todo ello dentro de un escenario mundial donde seguíamos siendo bárbaros, de ahí que las miradas sobre la destrucción social y medio ambiental eran más bien exóticas. Pero son precisamente esas condiciones las que van provocando la aparición de nuevas formas de enfrentamiento al capital, nuevas formas de pensar un mundo distinto, nuevas formas de concebir el poder y la organización y romper con institucionalizaciones incuestionadas como la democracia, el estado y lo popular, por nombrar algunas.
Esta construcción de un paradigma “otro” que cambie no sólo los contenidos sino las fronteras de la acción, alejándose de los proyectos liberadores universales y respondiendo a necesidades más locales de los que portan la herida colonial (indígenas, afrodescendientes, mujeres, clases sociales). Esto permite reconfigurar identidades, conocimientos y permitiendo el surgimiento de nuevas formas de oposición. Estas miradas se traducen en un repensar lo conocido, lo existente para generar unos nuevos conocimientos unas nuevas formas de existencia, es decir, instala el paradigma de la coexistencia, muchos mundos son posibles; por lo tanto, “pensar en español desde la historia colonial de América del Sur es una práctica necesaria en la transformación de la geografía del conocimiento” (Mignolo, 2007:129). Perciben la existencia de una correlación directa y necesaria entre la identidad en la política y los/las sujetos/as sociales que implica una elección ética que no depende del color de la piel, de la ubicación social o de la experiencia colonial vivida basada en la opresión.
En estos términos, la denuncia de nuevas formas de opresión implica la denuncia de las teorías y de los movimientos emancipatorios que las omitieron, que las descuidaron cuando no fue que pactaron con la institucionalidad. Lo que es visto por los “antiguos movimientos sociales” como factor de emancipación (bienestar material, desarrollo tecnológico de las fuerzas productivas) se transforma en los emergente MS en factor de regulación, de coerción y siguen sin tener una posición privilegiada en los procesos sociales de emancipación. Sin embargo, no pierden de vista que las nuevas opresiones no deben hacer perder de vista las viejas opresiones, la lucha contra aquellas no se puede hacer en nombre de un futuro mejor en una sociedad por construir. Al contrario, la liberación, y no emancipación, por la que se lucha, tiene como objetivo transformar lo cotidiano de las víctimas de la opresión aquí y ahora y no en un futuro lejano. De ahí que, con la excepción parcial del movimiento ecológico, no se movilicen por responsabilidades intergeneracionales o mundiales. La nueva relación entre regulación y liberación bajo el impacto de los emergentes MS es tan sólo manifestación de una constelación político-cultural dominante, diversamente presente o ausente en los diferentes movimientos concretos y que éstos pretenden superar pasando de la plusvalía de género, racial, cultural, social o política a una pluriversalidad donde lo central es vivir y no consumir, donde ese vivir son multiplicidad de posibilidades.
En este sentido, los movimientos populares disputan una nueva territorialidad más allá de los límites impuestos por el Estado. “En relación con la centralidad del territorio en movimientos populares urbanos -expresado en el «barrio» como espacio de acción e interacción, de contención y de reconstrucción identitaria” (Palumbo, 2014:39). Por lo mismo, ante los esfuerzos de despolitización por parte del poder hegemónico, ellos buscan la ampliación de la política hasta más allá del marco liberal de la distinción entre estado y sociedad civil. Los emergentes MS parten del presupuesto de que las contradicciones y las oscilaciones periódicas entre el principio del estado y el principio del mercado son más aparentes que reales, en la medida en que el tránsito histórico del capitalismo se hace de una interpenetración siempre creciente entre los dos principios, una interpenetración que subvierte y oculta la exterioridad formal del estado y de la política frente a las relaciones sociales de producción. En estas condiciones, invocar el principio del estado contra el principio del mercado, es caer en la trampa de la radicalidad fácil que consiste en transformar lo que existe en lo que ya existe, como es propio del discurso político oficial. Esa trampa ha sido observada y de ahí sus diversas propuestas de co-construcción de nuevos poderes.
A pesar de estar muy colonizado por el principio del estado y por el principio del mercado, el principio de la comunidad, del poder popular es el que tiene más potencialidades para fundar las nuevas energías liberadoras. La idea de la obligación política horizontal entre ciudadanos/as es superada y emergen las ideas de la participación, de la solidaridad y la dignidad concretas en la formulación de las voluntades generales, pues ellas son las únicas susceptibles de fundar una nueva cultura política y, en última instancia, una nueva calidad de vida personal y colectiva basadas en la autonomía y en el autogobierno, en la descentralización y en la democracia popular-participativa, en el cooperativismo y en la producción socialmente útil. La politización de lo social, de lo cultural, e incluso de lo personal, abre un inmenso campo para el ejercicio de praxis de la acción y revela, al mismo tiempo, las limitaciones de la participación liberal, circunscrita al marco del estado y de lo político por él materializado.
Esta nueva forma de concebir las estructuras organizativas y la acción política es lo que diferencia de los “viejos” e históricos movimientos sociales. A través de esta praxis continúan y ahondan la lucha por la justicia, la dignidad, la inclusión aunque algunos planteen un pretendido desinterés por las cuestiones de la ciudadanía como lo hacen Melucci (1988) y otros.
Aun cuando podemos señalar que existe gran diversidad en estos movimientos, es posible hablar de un patrón de semejanza de relaciones entre democracia representativa institucional y democracia popular-participativa. Estas relaciones, siempre se han caracterizado por la tensión y por la difícil convivencia entre las dos formas de democracia, toda vez que es de esa tensión que se han liberado muchas veces las energías liberadoras necesarias para la ampliación y la redefinición del campo político. Sin esta tensión los movimientos sociales no podrían plantearse alternativas, no podrían desvincularse del conocimiento oficial para intentar la emergencia de unos otros conocimientos, unas otras formas de organización, unas otras praxis sociales.
Si el espacio, como afirmaba Milton Santos (2008), desde el punto de vista social, tiene rugosidades y no es indiferente a las desigualdades de poder existentes en la sociedad. Lo que lo convierte en un campo de fuerzas en permanente disputa, entonces un movimiento social que desde la territorialidad de la población modifica el espacio social, lo puebla, yendo en contra de intereses inmobiliarios o estatales, no puede ser considerado como un movimiento que ignora el derecho a la ciudad (Cortés, 2014:257.)
No podemos desconocer las variadas limitaciones de estos movimientos pero ello no implica adherir a quienes empiezan a afirmar que ya pasó su momento de apogeo. Es debatible si la relación tensa o de distancia calculada entre la institucionalidad del modelo y los emergentes MS ha sido benéfica o perjudicial para éstos últimos. Según algunos, esa tensión o distancia ha sido responsables por la inestabilidad, por la discontinuidad y por la incapacidad de pluriversalización que, en general, han sufrido y que a la postre son responsables por el impacto relativamente restringido de los movimientos en la transformación política de los países donde han ocurrido. Pero, por otro lado, con un éxito muy diferenciado, algunos movimientos se han “institucionalizado” convirtiéndose en partidos y disputando la política partidaria con lo que, en este caso, corren el riesgo al adoptar la estructura organizativa del partido de movimiento, de subvertir la ideología y los objetivos del movimiento que condujo al partido: este es un riesgo bien expresado en la forma del fraccionalismo entre pragmatismo y fundamentalismo, propia de estos partidos.
Sin embargo, uno de los elementos interventores centrales y que interfiere en una concreción más profunda de estas alternativas tiene que ver con la localización geográfica y cultural más que con el compartir o no estas praxis. Tanto la clase y racialización como la colonización han cumplido la función de sostén del modelo de dominación capitalista y de elemento situacional pues impide y auto-impide la consciencia descolonizada, no así la antineoliberal. Por lo que las luchas son antineoliberales pero no traspasan ese umbral, diluyendo un proceso continuo de co-construcción de unas otras sociedades, de unas otras comunidades.
Una primera dimensión apunta al fuerte anclaje territorial como un elemento constitutivo de los movimientos populares latinoamericanos tanto urbanos como campesinos a partir de la conquista de espacios físicos donde se asienta ya sea el movimiento, cierta experiencia de autogestión productiva y/o la resolución autoafirmativa de necesidades sociales como la salud y la educación. Así, se genera una apropiación material y simbólica de dicho territorio que impacta sobre las relaciones sociales cotidianas. (Palumbo, 2014:39)
Este vaivén entre ruptura y no ruptura, entre institucionalización y marginación ha implicado, de acuerdo con Boaventura de Sousa, en que no se estructuran siguiendo ninguno de los modelos de organización política moderna, sea el centralismo democrático, sea la democracia representativa, sea la democracia participativa. Nadie los representa, ni puede hablar en su nombre y mucho menos adoptar decisiones por él, en otras palabras, los nuevos movimientos sociales no tienen líderes, rechazan las jerarquías y ponen énfasis en las redes de cooperación que Internet, entre otras, hace posible.
Estos emergentes movimientos traen consigo la reaparición de una utopía crítica, es decir, la crítica radical a la realidad cotidiana actual y la aspiración a un mejor vivir. Vincula luchas que hacen frente a las distintas formas de opresión que afectan a las mujeres, las minorías étnicas, los pueblos indígenas, los campesinos, los desempleados, los trabajadores del sector informal, los inmigrantes legales e ilegales, las clases inferiores marginadas en guetos, los gay, las lesbianas, los niños, los jóvenes. Lo paradójico es que la mayoría de los movimientos y organizaciones que participan en estas luchas no se reconocen en las rupturas convencionales o en las ortodoxias clasificatorias del pasado: reforma o revolución; socialismo o emancipación social; Estado como enemigo o como aliado potencial; luchas nacionales o globales; acción directa o acción institucional (Santos, 2007). Están reescribiendo su espacio histórico, están co-construyendo unas “otras” formas de praxis sociales, de poder, de territorialidad, de conocimiento, aunque a veces se invisibilicen.
Ahora bien, los periodos de contracción de la contestación también forman parte del mismo proceso y no necesariamente derivan en el fin de un movimiento social, el cual -por los procesos de reconstrucción que viven los movimientos sociales- bien puede tomar la forma de repliegue a la espera de mejores oportunidades para una nueva acción (Bringel, 2011).
Estos movimientos que luchan en contra del discurso y de las prácticas institucionales del neoliberalismo, intentan constituir un programa positivo que aliente sus demandas con iniciativas concretas y así transite de posturas exclusivamente de denuncia a posiciones propositivas y rupturistas, posibilitando nuevos acontecimientos sociales que auspicien mundos relativamente más democráticos e igualitarios. En contrapartida, chocan con su carácter reformista, dado que cuestionan problemáticas pero no denuncian lo fundamental, el orden social imperante, ello hace que hagan parte, de algún modo, de lo mismo que pretenden objetar.
Entre estas dos aguas se transita pero más allá de sus contradicciones, lo significativo es el cuestionamiento al orden establecido y el despertar de nuevas utopías. Dentro del escenario del pensamiento único, de la homogenización, de la violencia, del consumo y la desidia social, estos emergentes movimientos constituyen una de las experiencias de lucha más renovadoras de las que se han podido observar en los últimos años. Sin embargo lo más llamativo ha sido la dificultad para ser entendidos bajo los parámetros no sólo de los modelos teóricos anteriores a los años sesenta y setenta -en términos clásicos del movimiento obrero-, sino también bajo las perspectivas producidas con posterioridad a los nuevos movimientos sociales. Máxime cuando son ellos los que están traspasando tímidamente los bordes para construir y co-construir mundos más dignos. Como sostiene Palumbo, la importancia
[…] reside en la revalorización de la vida cotidiana «aquí y ahora» al interior de los movimientos populares, transformando las relaciones y generando vínculos de cooperación, solidaridad, autonomía, autogestión y toma de decisiones asamblearias. De allí se sigue que la disputa por la totalidad social no es concebida como una mera negación de lo existente sino también como afirmación de un proyecto al que se aspira y que se comienza a construir en los territorios conquistados (2014:41).
Desde esta perspectiva, las praxis del movimiento mismo son el espacio de los vínculos que produce lo social, donde coexisten relaciones de poder, cooperación y conflicto, nunca finitos y siempre abiertos a lo inesperado e impredecible pero distintos. Aquí reside el poder transformador del movimiento, su carácter eminentemente político. Es por ello que las praxis, son la realización, la base material del acontecer, como política de producción de las personas, se constituye en una posible resistencia, entendida ésta como potencia e invención de prácticas de vida más que como simple reacción frente a modelos de vida únicos y excluyentes, que cada día tienden más a naturalizar marginaciones, aduciéndolas a falta de adecuación de las distintas formas de vida a los estilos llamados “normales”. Aquí yacen, entonces, las nuevas epistemologías que están intentando escribir los emergentes MS, aquellas que creen en un nuevo poder distinto al actual, que intentar recuperar la identidad histórica negada por la colonización, donde la subjetividad adquiere un espacio importante de realización, donde el conocimiento posee variadas vías, formas, concreciones y sentidos, donde las diferencias de género, raciales y culturales intentan ser olvidadas. Son potencia que para concretar sus proyectos deben traspasar la superficie de su lucha antineoliberal y situarse desde la perspectiva más profunda, asumiendo que las raíces de la desigualdad están en la clase, la raza y el género.
A modo de conclusión
La actual crisis del capitalismo mundial también contiene una crisis de la teoría social que no logra explicar el hecho que el proceso de acumulación de capital funciona inherentemente de manera cíclica. Esto quiere decir que las crisis hacen parte del funcionamiento de la economía capitalista, no es un fenómeno ajeno, fortuito, casual. Como nuestras economías tienen una inserción dependiente en el capitalismo mundial, las crisis de éste último se manifiestan con particularidades en nuestra región. Los nuevos movimientos sociales en América Latina no sólo buscan materializar sus reivindicaciones o propuestas sino que también comprenden, consciente o inconscientemente, la importancia de generar unos “otros” conocimientos, unas “otras” tácticas, unas “otras” miradas y subjetividades esenciales para levantar propuestas de sociedades posibles.
Como sostiene Santiago Castro (2007a), tiene que ver con la necesidad de articular el modelo epistémico moderno-hegemónico con otros modelos de conocimiento que aparecen marginados o invisibilizados, por habérseles considerado “míticos”, “orgánicos”, “supersticiosos” y “preracionales”. Tomarse en serio la palabra articulación de epistemes, implica entre otros aspectos, escapar de autoctonismos latinoamericanistas, de culturalismos etnocéntricos y de nacionalismos populistas, dado que no sé trata de ir en contra de la ciencia moderna y de promover un nuevo tipo de oscurantismo epistémico, de lo que se trata más bien, es de ir “más allá” de las categorías de análisis y de las disciplinas modernas, de integrar aquellos dominios que la ciencia occidental moderna ha relegado, como las emociones, la intimidad, el sentido común, los conocimientos ancestrales y la corporalidad (Castro, 2007b). Y de alguna manera, los NMS han avanzado en esta línea, de manera desigual, con retrocesos, con fracasos y aprendizajes.
De alguna manera, Los NMS han visibilizado las formas de conocimiento excluyentes y normativas, que no sólo son un obstáculo epistémico para la pluralidad de lo político y social, sino que a su vez han legitimado la instauración de ‘consensos’ sobre lo social con grados crecientes de injusticia, desigualdad e indiferencia. Este obstáculo frente al conocimiento plural, como señala Wallerstein, es una consecuencia del eurocentrismo de la ciencia social a lo largo de su historia institucional, es decir, desde que existen departamentos que enseñan ciencia social dentro del sistema universitario (Wallerstein, 2001). Afrontar el diseño de explicaciones de acción colectiva desde las experiencias de vida de sujetos/ as en-raizados/as en lo local y que, de manera simultánea, se sitúan dentro de lógicas globales, conlleva tanto asumir la dimensión dialógica del conocimiento como a reconocer que los procesos de lucha social en Latinoamérica se encuentran anclados en tensiones de estructuras dinámicas de multiculturalidad. Multiculturalidad entendida como presencias-en-disputa de diversas culturas y cosmovisiones, es decir, como la coexistencia de conocimientos y sentidos de vida múltiples que alientan apuestas diferenciales por lo social, por nuevas sociedades.
“Lo que es diverso no está desunido, lo que está unificado no es uniforme, lo que es igual no tiene que ser idéntico, lo que es diferente no tiene que ser injusto. Tenemos el derecho a ser iguales cuando la diferencia nos inferioriza, tenemos el derecho a ser diferentes, cuando la igualdad nos descaracteriza. Estas son las reglas, probablemente, fundamentales para entender el momento que vivimos y para ver que esta nueva forma de identidad nacional y/o transnacional tiene que aprender a convivir con formas de identidades locales muy fuertes” (Santos, 2007: 10). Como hemos intentado establecer, los NMS en Latinoamérica están materializando procesos de búsqueda de igualdad y diferencia social, étnica, epistémica, sexual y de género, en contextos construidos por formas de dominación múltiple que caracterizan las dinámicas del capitalismo global contemporáneo. Desde esta perspectiva, lo localmulticultural no sólo es territorio sino también experiencia vivida y situada, en vínculo con redes de flujos comunitarios, intercambios e influencias nuevas, foráneas e identitarias, a estos procesos de interrelación Massey los denomina “sentidos globales de lugar”.
Movimientos sociales que privilegian estructuras organizativas descentradas, que se basan en redes sociales, tanto físicas como virtuales, que son flexibles y espontáneas según la situación o demanda. Además, cuestionan el predominio cultural, social, económico y político de un modo de vida anudado a la tríada ‘sagrada’ de la globalización neoliberal: el patriarcalismo, el productivismo y el militarismo (Durán, 2007).
Cuestionar lo dicotómico como orientación maestra de lo social, contribuye a restablecer lo dialógico, los entramados, las conexiones ocultas, entre el lugar y la política, entre cultura y saber, entre experiencia y conocimiento, de los actuales movimientos sociales. Como se dijo, el reconocimiento del lugar no significa caer en la defensa o preservación a ultranza de unas supuestas formas primordiales “naturales”, “idénticas” o incluso “biodiversas”, pues todo lugar, posición de sentido debe ser entendido “en relación con”, constituido dinámicamente por la objetividad del mapa y la subjetividad de la experiencia práctica. Se trata entonces de una política de lugar abierta y porosa a lo circundante y no cercada e impenetrable.
Podríamos proponer, que las políticas y luchas que expresan los movimientos sociales, constituyen procesos de reconstrucción permanente que van desde los marcos espacios teóricos abstractos a las experiencias situadas, de las vivencias enraizadas en espacios de dominación múltiple a las construcciones de sentido siempre en lucha, o como lo expresaron los Zapatistas en México, caminamos preguntando. Construcción de la acción colectiva, de múltiples praxis supone que los movimientos sociales son posibles no por la repetición sino por la potencia, por lo imprevisible, por la historia e identidad, por la lucha por la dignidad. Uno de los desafíos que se presenta es cómo se están configurando los actuales movimientos sociales, con la esperanza de recobrar relaciones densas entre experiencia y unos “otros” conocimientos, o mejor dicho, entre mundos vividos y mundos posibles, tarea que implica pensarse y pensar los movimientos sociales en contextos de diálogos de saberes y, por ende, en espacios multiculturales y de dominación múltiple y es aquí donde se produce la ruptura epistemológica, son un nuevo espacio de comprensión del sentido del ser y del conocer, del vivir y del estar. Son el pasado pero un presente descontinuado, en vías de descolonización, aunque todavía no dimensionen su trascendencia.
Finalmente, y haciendo eco del posicionamiento de Raúl Zibechi, los nuevos movimientos sociales se presentan como sujetos/as tanto políticos como teóricos. Así las cosas, el reto no es sólo para los movimientos sociales y populares y su capacidad de repensar constantemente sus estrategias de acumulación y sus espacios de confluencia con otros/otras afines al calor de los cambios de coyuntura histórica, sino también para los/as académicos/as interesados/as en la investigación de estas experiencias sacudiendo los prejuicios con las que los interpelamos, manteniendo la mirada crítica y abierta para no volver a espacios situados y colonizados del análisis social y político.